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Caso Sudafrica: Prostitución, patriarcado y poder en el ejército

Prostitución, patriarcado y poder en el ejército

El fusil roto, Diciembre 2013

Embrace Dignity es una organización sudafricana de derechos humanos que aboga por una reforma legal y social. Hacemos campaña de reforma para reconocer la prostitución como violencia y aspiramos a reducir la demanda de sexo comercial. Reconocemos los daños que causa la prostitución y ofrecemos apoyo a mujeres que buscan una salida a través de sus propios medios. Tenemos ganas de dar la bienvenida y colaborar con activistas internacionales no-violentos que personifiquen el tema del congreso: “las pequeñas acciones pueden contribuir en la construcción de grandes movimientos para el cambio”.
En nuestro país, es más probable que una chica sea violada a que vaya a la escuela secundaria. Si las chicas consiguen asistir a la escuela, es improbable que acaben encontrando un trabajo. La violencia hacia las mujeres interrumpe su educación, limita su actividad económica y debilita su capacidad de elegir el momento y el número de hijos/as que tendrá. También es muy dañino para su bienestar físico, social, emocional y psicológico, y para muchas mujeres es una causa directa de muerte o discapacidad. Esto, a su vez, tiene enormes costes económicos, incluyendo gastos en salud y en la creación de políticas. Cada año, miles de mujeres rurales sudafricanas emigran a núcleos urbanos con la esperanza de encontrar una oportunidad económica, a menudo uniéndose a las listas de desempleo. La violencia basada en lo doméstico y en el género empeoran esta situación, y bajo estas condiciones, la prostitución florece.

La prostitución está fuertemente arraigada como forma de explotación sexual que nutre la pobreza, la desigualdad y los constructos sociales establecidos. La industria del sexo es inequívocamente peligrosa. Se distinguen distintos grados de abuso, coerción y violencia y toda la gente que se prostituye acaba sufriendo daños físicos y psicológicos en el proceso. Se ha comprobado que los niveles de estrés post-traumático de las mujeres prostituidas son equivalentes a los niveles que sufren los excombatientes veteranos. Una vez dentro de la industria sexual, las mujeres suelen recurrir al abuso de alcohol y drogas para sobrellevar su aflicción diaria, dando como resultado su alienación del resto del mundo.

La prostitución tiene también impactos negativos para el resto de la sociedad. Si algunas mujeres pueden ser compradas y vendidas, se da el mensaje de que todas las mujeres pueden ser potencialmente vendidas, un concepto que cala en la sensibilidad social. Sudáfrica es una sociedad profundamente patriarcal, en donde la masculinidad suele conllevar la conquista y el control de las mujeres. La percepción de que la masculinidad y la violencia están estrechamente atadas es todavía dominante. Los chicos jóvenes temen que manifestar sus sensibilidades o su ternura les humillará o les hará parecer débiles. 

La guerra alimenta una imagen de la masculinidad como impasible, dominante e híper violenta. De hecho, la militarización de las sociedades y la guerra juegan un papel enorme en alimentar a la prostitución. La descomposición de las estructuras sociales, las crisis económicas y la presencia de los soldados invasores (incluso de las fuerzas para preservar la paz) tienen como resultado un drástico incremento de la demanda de prostitución, una carga llevada por las mujeres de los países más pobres. Hay quienes argumentan que la guerra crea sentimientos individuales de impotencia, y que estos deben ser recuperados a través de la dominación de mujeres vulnerables. 

Esta no es poca información. Durante la Segunda Guerra Mundial el Imperio Japonés forzó a miles de “mujeres acomodadas” de los territorios ocupados a ejercer la prostitución para servir a los soldados. Las fuerzas armadas de los Estados Unidos tienen una irrecusable historia de abuso de las mujeres en los países ocupados, así como prácticas D & R (descansa y recupera). Los puestos de prostitución alrededor de las fuerzas armadas fueron promovidos por los jefes militares y solían ser provistos con condones y otras formas de seguridad. 

En el pasado, se crearon debates con tal de explicar la ceguera y la permisividad de los gobiernos y de los líderes militares – la actividad sexual desenfrenada tendría lugar de todos modos, así que mejor sacar un “provecho” financiero en la compra de alguien que no tener que violar. Esto crea una falsa distinción entre violación y prostitución, cuando de hecho ambas están íntimamente relacionadas y son complementarias. Ambas están encaminadas al concepto del derecho al placer, fomentado por el liderazgo militar y la masculinidad hegemónica. La prostitución ha sido también entendida como algo racionalmente útil ya que crea un sentimiento de hermandad y camaradería entre los soldados – ¿qué hay de los derechos de estas mujeres a la igualdad, su felicidad y dignidad humana? Todo esto también es una injusticia hacia los propios hombres, retratados como incapaces de controlar sus impulsos sexuales desenfrenados. 

Uno de los resultados de la prostitución organizada para las prácticas D&R de los soldados es la creación de una “economía de la prostitución”. Incluso cuando los militares se marchan, los empresarios de la industria del sexo mantienen el negocio a través del turismo. Esto tiene un legado económico y generacional en el que la prostitución se convierte en una opción de empleo dominante para las mujeres empobrecidas. Los niños y las niñas (destinados a ser huérfanos) nacen afrontando el estigma de la ilegitimidad y suelen entrar en el negocio más tarde. La ocupación recurrente de algunas partes del Sudeste asiático por parte de las fuerzas armadas norteamericanas es quizás el mejor ejemplo para evidenciar todo eso. 

Si bien Sudáfrica tiene una considerable entrada de víctimas del tráfico internacional, Embrace Dignity ha señalado la importancia del tráfico “doméstico”. De acuerdo con el Protocolo de Palermo para prevenir, suprimir y castigar el tráfico de personas, especialmente mujeres y niños, una declaración de Naciones Unidas define el tráfico como el “reclutamiento, transporte, transferencia, ocultamiento o recibimiento de personas, a través de la amenaza u otras formas de coerción, de secuestro, de fraude, de decepción, de abuso de poder en situaciones de vulnerabilidad, o en la emisión o recepción de pagos, o en los provechos que se consiguen cuando una persona tiene el control sobre otra con el propósito de explotarla”. Si una mujer de una zona rural viaja a una gran ciudad con la supuesta promesa de trabajar en el sector de la limpieza y, al llegar, se ve forzada a ganar dinero a través de la prostitución (incluso si no es forzada físicamente a eso), se puede identificar como una víctima del tráfico de personas. Ella ha sido transferida a través del fraude o la decepción, muy probablemente por el abuso de su posición de vulnerabilidad. 

Sudáfrica no está en guerra pero uno de cada tres hombres ha violado a una mujer y la violencia es considerada como uno de los cuatro factores primarios en la privación de la salud. Dándole valor al patriarcado, industrias como la minería, el transporte y las fuerzas armadas ocupan una significante parte de la fuerza de trabajo masculina del país. Nuestro histórico y continuo sistema de emigración por motivos laborales deja a muchas mujeres responsables de sus familias mientras que sus compañeros están fuera. La presión familiar, la pobreza, la violencia y la falta de otras opciones suelen desembocar en una situación de vulnerabilidad frente al tráfico de personas. 

Embrace Dignity aboga por un modelo legal conocido como despenalización parcial. Este sistema despenaliza a la persona comprada y le permite el acceso a los servicios vitales, disminuye la estigmatización e incrementa las oportunidades de encontrar una fuente de ingresos alternativa. Esto requiere de una dimensión social del bienestar, con el apoyo del gobierno para que pueda triunfar. Por otro lado, el comprador, la tercera parte en el comercio (proxenetas y traficantes) y la industria del sexo permanecen criminalizados. Esta postura reconoce que la oferta de personas prostituidas solo existe porque hay una demanda de sexo a nivel comercial. También reconoce los daños inherentes y las desigualdades de género en la prostitución y busca la atribución de un castigo adecuado al explotador.

WRI – IRG puede ser parte de una campaña no-violenta hacia el desmantelamiento de las relaciones patriarcales y la transformación de las relaciones de género, para que los hombres y las mujeres sean verdaderamente iguales y puedan entrar en relaciones mutuas y completas, libres de explotación. Todo esto también enriquecería a los esfuerzos pacifistas, aportando las voces de las mujeres que acostumbran a estar silenciadas en el debate y contribuyendo a la disminución de la violencia sexual. 

Zara Trafford Traducción: David Fontana Farreras

Publicado en El fusil roto, Diciembre 2013, No. 98

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